Osman, de 7 años, apenas pesa 7 kilos al alcanzar el campo de refugiados de Idomeni. Un hilo de vida sostiene su existencia, marcada por la travesía que le ha llevado hasta las puertas de Europa; una fragilidad que amenaza con quebrarse por una parálisis cerebral que sufre desde que nació. Son los primeros días de abril y, sin saberlo, pasará un mes en este escenario, "un lugar que es peor que el infierno", donde presenciará la lluvia de gases lacrimógenos de las autoridades macedonias y los pelotazos de goma. Y también será protagonista de un milagro: el que, gracias al empecinamiento de un grupo de personas, le llevará a él y a su familia a España, con todos los papeles en regla y un tratamiento adecuado para su enfermedad.
Quien habla de Idomeni como un infierno es Javier Bodego, coordinador del proyecto de refugiados de Bomberos en Acción, ONG que ha logrado este objetivo. "Es mucho peor, porque hace dos días jarreaba y veíamos a los niños llenos de barro; ahora hace un calor imposible y se queman al sol -explica Bodego desde Idomeni-. Y la familia de Osman está, si cabe, mucho más expuesta".
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